Antonio-Moreno-Andrade

El delicado proceso productivo de la cera tiene algo de oración. De ese incandescente magma níveo van lentamente surgiendo los cirios como delicadas plegarias, con una decidida vocación de elevación, como si asemejaran cada uno de ellos a la torre fortísima que en Sevilla llamamos Giralda. Constituyen así la mayor ofrenda a las imágenes que tanto amamos y que anhelamos ver por los recorridos caprichosos de nuestras cofradías.

Los cereros dedican así sus afanes a ofrendar su aportación a la fulgurante belleza de los altares de culto, a las candelerías tan singulares, a los nazarenos, penitentes de luz que escoltan el discurrir de nuestra veneración.

Frente a la imponente catedral chica de Sevilla, en los soportales que recuerdan a los mercaderes medievales, un inconfundible olor a incienso atrae la sensibilidad del paseante. Se trata de uno de esos establecimientos que han resistido el paso del tiempo, que conserva, a través de generaciones, sus más definitorias esencias para disfrute de propios y extraños y que tiene su razón de ser en esa deliciosa legión de oferentes lucecitas de cirios y velas. Es la Antigua Cerería del Salvador, uno de los signos de identidad del clasicismo sevillano, del buen gusto perdurable, de la pasión por lo bien hecho y que, a fuerza de afirmar su presencia en nuestras vidas cotidianas, se ha erigido en algo tan nuestro, tan sevillanísimamente nuestro, que es orgullo de todos quienes amamos las tradiciones de esta Ciudad irrepetible.

 

D. Antonio Moreno Andrade
Pregonero de la Semana Santa de Sevilla 1992

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